Irse a vivir a un pueblo es una decisión complicada y meditada, y quién mejor para explicar lo que se sienten los primeros días que alguien que lo ha vivido en primera persona. Wilmer Pérez se acaba de mudar con su hija al pueblo berciano de Corullón en la provincia de León.

«Primera semana en el mundo rural. Corullón,

un pueblo cercano a Villafranca del Bierzo, es ahora nuestro hogar ampliado. Mi hija de 15 años y yo llegamos en una noche de nevisca (nevada corta de copos menudos), fría y húmeda, desde Tenerife a Santiago de Compostela, surcando los cielos del Atlántico y la Península Ibérica. Por tierra en un bus que, desde Santiago, pasando por A Coruña, navegó la nevada desde Lugo hasta El Bierzo y nos dejó en la hermosa Villafranca. Cinco kilómetros más en taxi y ya estábamos frente a la casa. Mojados y cansados, con las maletas rotas por la sobrecarga, entramos en nuestra nueva morada, casi tan fría como el exterior y pensé: «lo logramos», mientras buscaba infructuosamente una manera de calentar la casa. Unos vecinos, de esa gente buena y comprensiva que habita en los pueblos, nos socorrieron, con carbón, algunos alimentos y un calefactor que reconfortó esa noche a mi hija, impactada por comentarios inexplicables sobre lo inconveniente que era venirse a este pueblo, que nos hizo un hombre cuando arribamos. También hay personas así, poco sensibles. En mi habitación había 4°C, en el exterior -1°C.

El cuerpo, la mente racional y el alma, tratando de coordinarse. Tanto por hacer, tanto por entender y mucho que agradecer.

Siete días después, la casa menos fría y avances en las provisiones y las gestiones, nos adentramos en esta nueva vida, que tendrá sorpresas y cosechas, lo que viene movido por las fuerzas motrices del entorno y lo que moveremos con nuestra propia fuerza y acción. Caminando por lugares desconocidos buscando destinos soñados, así va nuestro andar que apenas comienza. Ya tenemos algunas recompensas en estos primeros días: la gente que nos dio ayuda y la gente que nos da esperanza, los hermosos paisajes que van de verdes a ocres y la promesa que se dibuja cuando visualizamos el futuro.

La familia fraccionada por la distancia, pero cohesionada en el propósito. El sacrificio se mide en soledad y tristeza, el contrapeso lo pone el amor que da felicidad permanente. Mundo rural, regalo de emociones múltiples, promesa de cambio y logro. Es un pacto, que ya firmamos.»

W. José Pérez Yáñez

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