Ha pasado poco más de un año desde nuestra llegada a Corullón, ese hermoso rincón del Bierzo que guarda una afamada reputación por sus castañas y sus cerezas.
En otro de esos amaneceres bercianos que tanto me inspiran y que considero son el mejor momento de cada día, bajo un cielo transparente y estrellado, recordé que hace algunos años, de visita en Chile,
<< Son las seis antes meridiem. Mientras tomó un café sorbo a sorbo y con calma ritual, reflexiono acerca de lo que para mí significa el esperado acontecimiento que estoy a punto de vivir: mi primera experiencia en una vendimia.
Han pasado casi siete meses desde aquella fría y húmeda noche, nuestra primera noche en territorio rural español, cargada de emociones encontradas y situaciones inesperadas. Las emociones se alternaban, entre la alegría de haber logrado el objetivo y la tristeza del nuevo fraccionamiento, al menos temporal, del núcleo familiar sobreviviente, anteriormente separado al salir de Venezuela.
Cuando tomé la decisión de ser uno más de la avanzada que busca repoblar los pueblos de la España rural, teniendo como principal objetivo ampliar mi felicidad, escogí El Bierzo.
«No creo poder cambiar el hábito de salir a caminar antes del amanecer. Cada mañana me permito recibir los mensajes que tácitamente me entrega el preámbulo del alba y, en un reflexivo andar pausado y observativo, trato de decodificar su contenido e integrarlo a mi vivencia.
Primavera, primer verdor. Lo celebro devolviendo una sonrisa que el sol me obsequió desde el amanecer hasta el final de la tarde, una sonrisa tibia y brillante, contagiosa y reconfortante.