Primavera, primer verdor. Lo celebro devolviendo una sonrisa que el sol me obsequió desde el amanecer hasta el final de la tarde, una sonrisa tibia y brillante, contagiosa y reconfortante.

La aparición masiva del verde en toda su amplitud de tonos penetra en el sentir emocional de la población, verde que además invita de forma gentil a las flores de todos los colores a su fiesta, para que el verde, aunque prevalezca, no se sienta solo. En las orillas del río Burbia, los chopos me muestran su naciente ropaje foliar y ya no están desnudos, aunque siguen esbeltos y vigilantes del paso del río, cómplices de su andar. En los muros de piedra que mis manos rozan al caminar por las calles vacías, para sentir su frescura y rugosa textura , los ombligo de Venus se muestran por miles con su inflorescencia erecta, como si cada muro fuese una evocación del vientre de la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. Los cerezos de Corullón, por su parte, acordaron abrir sus niveas flores, para deleite de todos los ojos que se topan con su hermosura. Y el pueblo, antes silente y aletargado, ha despertado al llamado primaveral. Su laboriosa gente pone a punto las huertas y jardines, en un súbito accionar colectivo que cambia por completo la dinámica del pueblo, en la que he asumido mi nuevo rol, uno que me acerca más al alma de este precioso terruño y me nutre el espíritu y, en un sentido práctico, me permite dar sustento económico a mi familia. Además y más importante aún, me ha generado relaciones valiosas e ideas magníficas. Tocar la tierra con mis manos y sentir mi corazón latiendo al máximo por el esfuerzo, me vincula a Corullón de una forma creciente.

La dimensión del “yo” va cobrando fuerza, no en un sentido egoísta, sino en una tríada de elementos que necesitaba: contribución, relaciones y vínculo. La contribución con las necesarias labores rurales, duras y exigentes de un ánimo a toda prueba, que los mayores ya no pueden ejecutar, no porque no quieran, sino por la imposibilidad que la edad impone. Las relaciones con personas que me van dejando ejemplo, admiración y futuras interacciones. El vínculo con lo esencial, con lo medular y eterno de un pueblo que se niega a morir. Mi rol actual, mi rol futuro, se conectan a través del aprendizaje y las ganas, las relaciones y la observación, el compromiso y el apoyo recibido y esperado.

La dimensión del rol propio es un intrincado haz de conexiones. Lo pensaba mientras contemplaba un cielo nocturno totalmente despejado y lleno de estrellas titilantes. En esos segundos de paz interior y belleza exterior, reafirmé en mí la importancia de sentirme un fragmento del espacio, pequeña fracción de un sistema que gira en bucle, donde recibo y doy, para ser una parte activa de un “nosotros”, los del pueblo de Corullón, otro más de la España vaciada pero negada a dejar de latir.

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