«Como lo hago a diario, salí al amanecer a encontrarme con los paisajes, los perfumes del campo y las temperaturas que conforman el cambiante y hermoso obsequio que Corullón y sus alrededores entregan cada día a mis sentidos y que éstos aceptan gustosos, para finalmente dejar que la inspiración despierte y vuele por dentro.

Era un amanecer que, además de entregar singular belleza, anunciaba el indefectible advenimiento de la primavera, expresado en la acuarela especialmente violácea que el sol pintó sobre las nubes. Y así, con el cielo manchado del esplendor cromático de lilas y malvas, seguí tras mis pasos de días anteriores, en los que fui acumulando reflexiones y futuros recuerdos, todos gravitando alrededor de mi vivencia neorrural y proyectándose inquietos al porvenir, en un ir y venir de ideas queriendo hacer sinapsis.

Recordé que pocos días antes salí con un grupo de personas del pueblo y otras de la ciudad de Ponferrada a recorrer andando unos 14 kilómetros de ida y vuelta desde una bodega local de inocultable atractivo, convertida en ícono vinícola y arquitectónico, hasta el pequeño poblado de Hornija. Durante el recorrido y después de terminado éste, habiendo conversado sobre una interesante diversidad de temas con mis compañeros de ruta, sentí que la actividad constituyó para mí un momento muy especial, no sólo por el ejercicio, el compartir de deliciosos productos hechos por ellos mismos, los paisajes y el aprendizaje, sino que fue un momento de conexión, de nodo, de integración a pequeña pero valiosa escala.

De vuelta al momento que generó toda esta reflexión, bajo la maravillosa pintura que el sol decidió plasmar en el cielo con fineza y violetas, sentí la profunda necesidad de ampliar ese proceso de integración que comienza a ser parte fundamental de mi vida para llevarlo a diferentes planos y, mediante fases, a un desarrollo incremental que me sumerja de manera profunda en este bello recuadro geográfico que hoy habito y disfruto.
De todas las cosas, apartando las que pudieran resolver necesidades inmediatas, la integración social debería ser el punto de partida de todo proceso de establecimiento en el mundo rural, ya que tiene beneficiosos efectos múltiples, en lo emocional, lo espiritual y lo práctico. A mí me ha estado rozando la piel la integración, creo que en parte la busco y en parte me busca. Ya lo dije antes, he conocido gente maravillosa, interesante, bondadosa, curiosa y hasta naturalmente desconfiada. Lo mejor que me ha pasado en estos tres meses como neorrural, ha sido tener la oportunidad de darme a conocer, de expresarme y escuchar. Habré acertado y errado, seguramente, pero al final lo que importa es que surjan lazos que, aunque incipientes, sean en el futuro puntos de anclaje para mi definitivo asentamiento en este mundo de contrastes y oportunidades.

Ya pasados algunos días desde aquel sol que anunció el cambio de estación del invierno a la primavera con un cielo y unas nubes sublimemente amoratados, aparte de la necesidad de seguir integrándome en lo social, económico y cultural, siento además la imperiosa necesidad de dar una mano a otras personas que desean integrarse al mundo rural, desde mi pequeña experiencia y apoyado en la visión que a este respecto se ha venido formando en mí, con miras a establecer redes colaborativas que faciliten la inserción, el éxito, el desarrollo de programas y la replicabilidad de los aciertos. Siento que es el momento de hacer cosas nuevas, aprovechando que hay un cambio de era en el mundo y teniendo como base que el medio rural ofrece la oportunidad de lograr ciertos equilibrios. Eso sí, siempre lo haré, invito a que se sumen las organizaciones, las autoridades locales, los futuros pobladores de zonas rurales, las entidades académicas, financieras, de formación profesional y aunque pueda sonar a utopía, las empresas, actuando como un todo acompasado y en la misma tonalidad, lo que seguramente resultaría en un amplio ganar-ganar de magnitud impactante.

Recordé mientras hacía duros trabajos de campo para otros, estando en soledad y exprimiendo gota a gota mis energías, las crónicas de los colonos europeos que se aventuraron en América, imaginé las expediciones de nuestros antepasados nómadas del neolítico recorriendo mundos desconocidos y los encuentros entre diversos grupos o las vivencias de los inmigrantes llegados a América Latina decenios atrás. En esas y en todas las experiencias humanas de exploración y cambio, han dejado huella las grupales. Tenemos que ser parte de un todo integrado, para que las acciones y resultados tengan la fuerza necesaria que geste un cambio significativo, armonioso y, a todas luces, fuente de progreso. Éste, el progreso, no es el avance de las ciencias y las tecnologías por sí solas, es el desarrollo de un orden en el que coexistan calidad de vida y colaboración en red sin menosprecio ni exclusión. Volver a los pueblos no es retomar el pasado, es mirar al futuro desde una perspectiva más amplia y prometedora, equilibrada, perdurable e incluyente, no reñida con el bienestar económico y terreno fértil para la creación de nuevas fórmulas de vida.»

W. José Pérez

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