Han pasado casi siete meses desde aquella fría y húmeda noche, nuestra primera noche en territorio rural español, cargada de emociones encontradas y situaciones inesperadas. Las emociones se alternaban, entre la alegría de haber logrado el objetivo y la tristeza del nuevo fraccionamiento, al menos temporal, del núcleo familiar sobreviviente, anteriormente separado al salir de Venezuela.
Lo inesperado, lo que nos puso a prueba, nos hizo hacernos preguntas que solo el tiempo podía responder. Y el tiempo nos fue dando respuestas, algunas de ellas aún las estamos procesando. Mirando el cielo del amanecer, colmado de cirrocumulos flotando sobre El Bierzo, ha venido la expresión aquélla de que «hay que darle tiempo al tiempo». El tiempo es una magnitud física, que mide tanto la duración de los sucesos como la separación entre éstos y, desde nuestra perspectiva, es el aliado indispensable para que la dimensión de «yo» conecte con las otras dimensiones de un Neorrural, el territorio y lo social, en función de lograr un anclaje y una visión acordes con el propósito de vida de cada persona o grupo que quiera establecerse con buenos resultados en un medio rural.
El tiempo funciona a favor, cuando logramos entender que en las fases iniciales de nuestro proceso de establecimiento en el maravilloso mundo rural, es cuando debemos hacer un mayor acopio de intenciones positivas, de modo que nuestra mente y espíritu se mantengan conectados con propósitos y además podamos llevar de la mejor manera las vicisitudes propias del cambio. Este proceso de establecimiento también implica la ejecución de acciones orientadas a conocer en profundidad el territorio y a conectar con personas y entes. Los acompañantes ideales en esta etapa inicial, plena de propósitos, aprendizaje y conexiones, son la esperanza, la fe y, sobretodo, el optimismo. Este último, que no es más que la confianza en nosotros mismos, es clave e impacta de manera muy importante tanto nuestro mundo interior como la red de relaciones que vayamos formando. Se transmite el optimismo, los otros lo perciben y genera buenas sensaciones.
Propósitos, acciones, esperanza, fe y optimismo son los ingredientes. Pero se requiere tiempo para la cocción y, cada receta, tiene su propio tiempo. Es fácil abandonar un proyecto de establecimiento en el mundo rural si no se comprende del todo que esas dimensiones en las que tanto he insistido, la del rol propio, la territorial, la social y la temporal, conforman un sistema complejo. Todo sistema tiende al desorden, es la amenaza implícita que debemos tener en cuenta. Pero todo sistema funciona si los elementos son los correctos y están bien engranados. Ésto dependerá en gran medida de nuestra visión y esfuerzo, el resto lo va agregando la mano mágica del tiempo, como ya decíamos, aliado indispensable y hasta cómplice de nuestra aventura neorrural.
En esos momentos en los que de manera repentina tomo conciencia de que ahora soy parte activa del mundo rural del Bierzo, dejo en manos del tiempo la tarea de madurar mis planes y acciones, como si se tratase de un vino, que sólo esa mano mágica, la del tiempo, es capaz de llevar a buen término.